Teodoro Bustamante
La manera cómo en el Ecuador se está tratando de esclarecer o confundir los hechos de 30 de septiembre son un síntoma de que algo grave, muy grave, está sucediendo en nuestra sociedad. Comencemos con el hecho de que el debate gira en torno a un supuesto intento de homicidio al presidente. Las pruebas son realmente rebuscadas. Pero el problema no radica allí. Yo no entiendo, cómo puede movilizarse toda una campaña de publicidad, sobre un supuesto hecho, y al mismo tiempo borrar de la discusión lo que es evidente, y sin lugar a dudas suficientemente grave por sí mismo, y es que en ese día murieron efectivamente por lo menos nueve personas, y centenares quedaron heridas. Esas vidas son vidas humanas y tan valiosas como la del presidente. Ignorar ese como un problema central, es una ofensa burda a cualquier principio sobre la dignidad humana. Es absurdo, es enfermo, es inaceptable, que para enfrentar un problema tengamos que enunciarlo, como ligado, como dependiente de la suerte de un funcionario público.
Pero las cosas van más allá. Luego de esto, tenemos que el presidente de la República lanza diatribas furibundas contra un funcionario policial, por que este ha realizado declaraciones que no coinciden con las del primer mandatario. Lo acusa de deslealtad por dar un testimonio que no coincide plenamente con el suyo. ¿Se dan cuenta señores lectores lo que esto significa? La autoridad pretendiendo interferir, condicionar y exigir que sus subalternos realicen declaraciones en tan grave tema, sometiéndose a la voluntad de sus superiores. ¿Qué pasa en nuestro país, que podemos tolerar esas cosas con infinita paciencia? ¿Qué pasa con el entorno presidencial, que no puede, en este como en otros casos, defender al presidente de su más mortal enemigo, su propia impulsividad, su dificultad para reflexionar?
Pero las cosas se hacen más graves aún cuando luego de las vergonzosas declaraciones presidenciales la Fiscalía procede a ordenar un arresto, que si tuviese algún fundamento en meritos procesales, queda desfigurado, como la burda utilización de la justicia para satisfacer la descontrolada ira presidencial.
La prisión preventiva totalmente deformada. Usada como un arbitrio discrecional, para satisfacer los impulsos de venganza, mal manejados de una autoridad, impulsiva.
La democracia, los principios de la convivencia, están seriamente dañados. La dignidad de la presidencia, y a través de ella de toda la posibilidad de vivir en un régimen de respeto a la ley, se está desmoronando.
Es necesario hacer algo, y para ello, tenemos que unir fuerzas las personas por más diferencias que tengamos en nuestras ideas. Me refiero a Alianza País, en donde estoy seguro que existen personas que tienen ideas, principios, que están a un nivel muy superior a las declaraciones presidenciales. Todos los sueños de justicia, de cambio, se están desmoronando y convirtiéndose en una grotesca obsesión represiva, porque uno, y evidentemente no el más brillante de sus compañeros, no controla sus impulsos. ¿Es eso justo?
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